Miro el final del camino sabiendo que las sombras me han acompañado a lo largo del trayecto. El final me acecha como una quimera persigue las ilusiones de los hombres que creen en ella. Ha sido un camino arduo y angosto, lleno de escaladas y caídas libres como en la propia actividad que supone la escalada. Ha sido un trayecto agobiante, ingrato en muchos casos, apesumbrado en otros, pero siempre difícil de sobrellevar. Lo peor del trayecto han sido las bajas de mis "acompañantes". Creían que podrían soportarlo, que eran unas auténticas fieras que sobrellevarían toda circunstancia luchando a mi lado, pero, no se dieron cuenta que su excesiva confianza y seguridad les supondría más derrotas que victorias, que sería su talón de Aquiles, su debilidad. Poco a poco vieron su vida reducida a escombros, vieron tambalear sus convicciones y valores, se arriesgaron a gritar que el cambio era posible si todos cooperábamos unidos; pero perdieron la batalla y con ella se esfumó toda esperanza, se marchitaron las ilusiones y se apagó el brillo de los ojos de quienes creían que saldrían victoriosos. Decidieron marcharse como el viento que transporta la hoja a otro lugar. No se vieron capaces de seguir sus andanzas a mi lado, pidieron perdón sí, pero se batieron en retirada ante la mínima oportunidad de escapar, huir, desertar. Yo, no los culpo porque el horror de vivir una vida sometida al miedo y al conflicto, a la guerra -si es que puede llamársele así-, no es igual de soportable para todos. Hay quienes tienen la suficiente fuerza de ver morir a los otros en el campo de batalla con su fusil en mano sin inmutarse, hay otros que tienen estómago para ver las más crudas encarnizadas y ser partícipes de ellas, hay quienes pueden escuchar los gritos desgarradalores de las mujeres violadas una y otra vez por hombres de dudoso honor, o con una concepción del honor cuanto menos diferente al que yo concibo.
Pero mis compañeros, aquellos que decidieron jugarse la vida por mí, se han rendido. Han visto que no habría un final feliz, que morirían por una causa que no les convencía en absoluto, que no era de su total agrado por eso han decidido marcharse y rehacer sus vidas en otro lugar, con otras personas. Otros se han reunido con sus mujeres e hijos y han vuelto la vida como si les hubieran inyectado adrenalina en el mismísimo corazón. Otros, incapaces de seguir con sus sueños truncados por la guerra, no han resistido y se han volado la tapa de los sesos, se han ahorcado con una cuerda o simplemente se han dejado morir a causa de la tristeza y los recuerdos diarios de luchas sin cuartel en la que se olía el cuero de los cinturones y se oían los disparos de las armas de aquellos que las empuñaban. Muchos de ellos, al cerrar los ojos al dormir, veían a aquellos quw habían disparado en defensa propia en algunos casos, y por puro instinto animal en otros, pero en todo caso habían asesinado a hombres, mujeres y niños sin piedad. Piedad que no se mostraba por miedo al fracaso, por miedo a que les convirtiera en débiles sin saber que aquellos a quienes mataban, se convertirían en mártires para un bando y para el otro en un simple trofeo con el que demostrar su poder, su fuerza titánica e invencible.
Yo, por desgracia, no quise irme de aquí. Era mi hogar, la batalla me llamaba como la sirena que hipnotizaba con su dulce canto al marinero. Sentir como tienes el poder de arrebatar una vida me seducía más que una vida tranquila y sosegada en cualquier parte del mundo. Yo era feliz así. Feliz de poder luchar por lo que yo creía que eran unos ideales valiosos y rectos pero, sobretodo, morales.
Y heme aquí ahora, al final del camino. Con un pie dentro y otro fuera de este mundo rememorando a aquellps que fueron tan valientes como para alejarse del fragor de la batalla porque estaban convencidos de que era pura ceguera lo que les impulsaba a invadir. Era una necedad que nada bueno podría traer. Y yo, coko un desquiciado había dicho «si» sin pensarlo, sin apenas meditar si compartía la causa a la que me había sumado irracionalmente. Mis padres intentaron disuadirme de esa idea estúpida de correr peligro alistándome y yo, terco como una mula, me obcequé en la idea fantasiosa de obtener honor, prestigio, de mostrarme al mjndo como un héroe que ha salvado a su país de las garras del enemigo. «Tunante, podrías haberte quedado en casa.disfrutando de la larga vida que les depara a tus padres, yendo a comer los domingos, jugando al baloncesto con tu hermana, disfrutar de la maravillosa voz de mamá mientras canta 'As time goes by', o de las palabrotas de papá mientras ve el partido de béisbol. Podrías haber ido a la universidad y haber conocido a una chica guapa con la que haber tenido un delicioso romance que, probablemente, llegara a buen puerto. Y viajar con ella por el mundo, casarte, tener hijos tal vez, comprarte un coche, una casa... En definitiva podrías haber vivido de no ser por este instinto tan salvaje y primitivo como es el de queree matar» pienso, mientras noto como desfallezco a cada litro de sangre que pierdo. Casi he alcanzado el final de todo. Pronto descubriré lo que se oculta tras las puertas del cielo -si lo merezco-, o del infierno.
Pero mientras siga consciente admiraré desde esta torre la puesta de sol que anuncia la llegada de la noche y, con ella, las sombras a las que debo enfrentarme por última vez. Esas sombras quee quieren a toda consta y no descansarán hasta haberlo logrado, hasta ver como se derrama la última gota de sangre se este miserable cuerpo que alberga un alma tan negra como el mismísimo hollín de la chimenea. Solo espero poder expiar mis culpas. Se oyen gritos a lo lejos, ya empieza de nuevo. Y yo, como un soldado enviado por la muertr lucharé hasta que no me quede aliento, porque en este caso somos nosotros contra ellos.

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