Cuatro.
Otro día que te echo de menos. He perdido al cuenta de las horas en las que te pienso, te imagino a mi lado mordiéndome el cuello mientras me haces cosquillas con las manos.
He perdido la noción del tiempo porque no hay tiempo sin tus caricias y tus labios posándose sobre mi piel. He perdido las llaves de mi alma, que se niega a salir y a manifestarse a no ser que tu estés cerca.
Y me retuerzo por dentro. Las emociones serpentean por mi galaxia interior, se pierden entre agujeros negros y agujeros de gusano. Vuelven. Se van. Aparecen y desaparecen a su antojo. Me despojan de todo atisbo de cordura y racionalidad. Me transformo en un animal de puro instinto. Un animal que sufre, un animal al que su corazón no hace más que fallar y desgarrarse. Se deshilacha como los hilos de una marioneta mal cosida.
Y no hago más que desearte y echarte de menos. Tanto, que no hago más que destrozarme por dentro.
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