Y en tu fortaleza he encontrado un bastón sobre el que apoyarme para no caer ni rendirme, desfallecer o flaquear ante mi empeño de amarte cada día más, con menos. Y con tesón y valentía no decaer en mi necesidad de tenerte cada día. Y con empeño y perseverancia seguir tus huellas hasta llegar a tu cama, refugio de nuestras pieles, de nuestra carne desnuda sin vestimentas que la recubran.
Y quedarme así por tiempo ilimitado, como si estuviésemos destinados a ser perennes, a ser como Averroes. Como si estuviésemos destinados a calmar nuestra sed a base de besos. A calmar nuestras ansias con presteza.
Por todo eso dicen que los te quiero son fuente de la vida eterna, son elementos de predestinación y no de un acto azaroso. Por todo eso:
te quiero.
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