Los días en los que me siento completamente perdida o veo que me hundo por la razón que sea, los días en los que mi corazón no encuentra el consuelo necesario o la satisfacción de saber que todo va bien, me descontrolo. Sufro por no ser capaz de exteriorizar mis emociones de la forma correcta, siempre acabo metiendo la pata. Y cuando tengo ese tipo de días me refugio completamente en los libros. Ellos son los que me comprenden y me abrazan en mis momentos de flaqueza, son los que me envuelven con su velo de fantasía y amor, terror y pasión. Cuando no hay luz al final del túnel y no encuentro sentido a lo que me pasa por la mente o lo que sucede en mi corazón me refugio entre sus líneas, me instalo entre sus palabras, me agarro a sus tildes. Y es ahí cuando realmente encuentro la paz y tranquilidad de espíritu, es cuando puedo disfrutar de la soledad sin que nada ni nada me moleste y me perturbe con sus historias. Esos momentos de tranquilidad son un bálsamo para mi alma porque me agobian las personas y, en ciertos momentos, las odio. Odio su podredumbre, su interés e hipocresía. Me disgustan y solo quiero escapar de la multitud.
Hay días en los que solo quiero la soledad y la abrazo de buen grado.
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