La gata.



¿Que se proponía la gata que correteaba juguetona en el alféizar de la ventana? Su mirada, iluminada de manera espectral por los rayos de luna, me observaba de manera burlona, incluso parecía que se reía de mí con esa sonrisa felina con la que hipnotizaba a sus víctimas. Sus pequeñas patitas peludas y de un color negro intenso, no hacían otra cosa que ponerme nervioso. No podía dormir, no conciliaba el sueño desde lo que había ocurrido por la mañana, y esa maldita gata no hacía otra cosa que ponerme nervioso con su correteo constante. ¿Me había vuelto loco? ¿De verdad había una gata en el alféizar?.
Me levanté malhumorado por el dichoso ruido, miré el reloj -Las doce- pensé, cogí la bata que estaba encima de la silla y me puse las zapatillas de andar por casa y con mucha paciencia pero con el entrecejo fruncido me acerqué sigilosamente a la ventana. Y allí estaba la gata, acechándome como cada noche desde las últimas semanas. Su mirada penetrante y orgullosa hacia que me sintiera estúpido por temer por mi vida. Cada noche lo mismo, cada maldita noche la gata jugaba a volverme loco, a jugar con mi mente. Cada noche iba creyendo un poco más que la gata era un mal presagio y que pronto algo me pasaría. ¡Maldita gata!
Abrí la ventana, después de haber corrido las cortinas, y la invité a pasar. La gata al principio maulló, lo que interprete como una negativa, pero cuando iba a cerrarla la gata se escabulló hacia el interior de mi habitación con aire altanero y misterioso. Empezó a curiosear, mirando de aquí para allá, arañando con sus uñas afiladas como garras, el suelo de madera de pino. Cada vez que caminaba me ponía más y más nervioso, me sentía inseguro con esa gata en el interior. -¿Por qué se me habrá ocurrido invitarla a entrar? Me está volviendo loco, LOCO- pensé con acritud.
Estaba en la dicotomía de dejarla tranquila y yo intentar dormir, o echarla de mi habitación a base de patadas. Mi ira crecía, y cuanto más crecía mi ira, más ansiedad tenía. La gata, seguía con lo suyo, de aquí para allá, de allá para acá. Y como si hubiese adivinado mis intenciones de echarla, se puso en guardia, se le erizarón los cabellos, me enseñó los dientes y sus ojos, antes "apacibles" me mirarón desafiantes, amenazantes. Empezó a dar vueltas y más vueltas a mi alrededor, estaba cada vez más furioso, quería matarla, quería cogerla y colgarla del pescuezo. Quería arrancarle la piel a tiras, quería sacarle las entrañas y dársela de comer a las palomas. Cuánto más daba vueltas, más furioso estaba. Hasta que... Estallé. Cogí la gata y la asesiné sin piedad, pero ésta opuso una feroz resistencia. Sus uñas se clavabán en mi cara, en mis manos, en mis brazos, como pequeñas agujas. Finalmente conseguí mi próposito, matar a la dichosa gata. Por fin podría dormir tranqulo, por fin mis pesadillas se acabarían. Esa noche dormí tranquilo.
Sin embargo, tanto ruido hizo que la casera temiera lo peor por lo que mandó llamar a la polícia la cual vino lo más rápido que pudo. Entraron dos agentes a mi habitación, se atrevieron a enturbiar mi sueño, a entrometerse en mi intimidad. Lo que vieron, les pareció horroroso rozaba la irrealidad, lo ficticio. Era un espectáculo dantesco, lleno de sangre, vísceras y miembros descuartizados. He de admitir, que cuando me desperté cubierto de sangre, de mucha sangre, me dieron ganas de vómitar, pero poco a poco ese fuego interno se fue apagando cuando tomé conciencia de lo que pasaba en la habitación. No podía creérme lo que había sucedido. Los agentes me zarandearon un poco, me amenazaron otro poco más y como vieron que no salía de mi asombro, de mi expectación y sobre todo, de mi shock decidieron dejarme tranquilo para recuperar mi cordura, o al menos intentarlo. Por eso fueron a hablar con la casera la cuál estaba llorando de una manera muy violenta, su llanto era una mezcla de dolor, réncor, tristeza, ansiedad, ira... una mezcla explosiva que ni siquiera los propios agentes y vecinos podían apaciguar.
Cuando tuve conciencia de lo que pasaba, o al menos la intuición de ello, vi la cabeza del cádaver. Era la hija de la casera Mary Ann, de la que estaba profundamente enamorado. De mi boca sólo pudo salir un chillido parecido al de un cerdo cuando le están desmembrando. Dado mi estado de embriaguez mental, no pude hacer otra cosa que chillar cosas sin sentido. Los agentes sólo alcanzarón a entender algo relacionado con una gata negra, una gata que había invadido mi privacidad y se había reído de mí. Y cuando los agentes llamaron a los loqueros para que viniesen a buscarme, la dichosa gata seguía allí, encima de la silla de mi habitación mirándome, observándome de manera irónica y perversa con una gran sonrisa que dejaba al descubierto sus maravillosos dientes del color más blanco que nunca hubiera visto.

2 comentarios:

  1. que jodidamente bueno el texto.

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  2. La historia es fantástica... pero por suerte (o por desgracia) me queda la suficiente cordura para darme cuenta que mi dharma va por otro lado :)

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