Obsesión.

- Cierra los ojos, quiero hacerte feliz.
- ¿Por qué he de cerrarlos, si cuando te veo ya soy más feliz que nunca?- le preguntó la chica extrañada por esa actitud tan complaciente.
-¡Cierra los malditos ojos, sucia! ¡No puedo darte una sorpresa porque siempre estás con la misma desconfianza!- le dijo con los ojos bañados en cólera.
- N-no te enfades por favor, sólo quería darte a entender que ya yo soy feliz a tu lado, sin más sorpresa que el amor que siento por tí-le dijo apenada.
- Me da igual lo que tu sientas, no eres más que una zorra que va metiéndose en la cama de los gilipollas de mis amigos.

- Eso es mentira...
- ¡No lo niegues, embustera!

La chica, al ver que su "amado" le exigía que cerrara los ojos, los cerró pero por miedo a lo que pudiera sucederle si no lo hacía. Lo que vino a continuación es muy complicado de explicar... Para él la sorpresa -si es que puede denominarse sospresa- era atarla a una silla y rociarla con gasolina, mientras se fumaba un cigarrillo de una marca cualquiera. Poco a poco la chica se puso más nerviosa al oler la gasolina, ya que ésta posee un olor muy característico. Empezó a temblar, y quiso gritar pero no tenía fuerzas. Quiso moverse, quería levantarse de la silla pero no podía, estaba atada de pies y manos. Mientras temblaba y le suplicaba a Dios que la salvara que era una buena cristiana, su "amado" no hacía otra cosa que insultarla, que golpearla con su sucia bota. Cuando terminó con la gasolina, la chica que había entrado tan feliz por pasar una velada feliz al lado de su "amado" ya no existía, era una copia destrozada por los golpes y el desamor, por la tristeza y la verguenza de verse en esa situación. Quería venganza, quería hacerle padecer el dolor que ella estaba padeciendo, pero sabía que ese era su final, que ya no había marcha atrás y que todo lo que había sido dejaría de ser en cuestión de segundos. El chico, lejos de sentirse satisfecho por haber hecho lo que estaba haciendo, quería verla muerta de miedo, quería que suplicara por su vida, quería que su valentía se esfumara y diera paso a una chica aún más controlable. Pero los minutos, tan largos como la vida misma, no traían consigo ningún tipo de súplica, ningún tipo de rendición. Por lo que cogió una cerilla de su bolsillo, encendió otro cigarrillo y la tiró a la cara de la chica, la cual empezó a arder. Se oían los gritos espantosos de la muchacha, mientras el muchacho no hacía otra cosa más que reírse.

A la mañana siguiente, las autoridades encontraron el cádaver de la chica calcinada por el amor obsesivo de un chico que estaba enfermo. Lo único que encontraron en el viejo almacén de las afueras era una pulserita que decía lo siguiente:

"Siempre te amaré, hasta el fin de mis días, con amor J."


A los pocos metros de ésta, estaba el chico sentado con la mirada perdida. Sus ojos no mostraban ningún tipo de arrepentimiento, es más estaba orgulloso de su hazaña, y en el despiste de un agente, cogió su arma reglamentaria y se pegó un tiro.

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