Anécdotas.


Estar en su habitación y percibir como su aroma se va alejando. Se ha ido, no por mucho tiempo pero el suficiente para pararme a pensar en todo lo que me rodea. Su habitación, de un color azul celestial, me envuelve en una fina capa de armonía y tranquilidad. Se respira la paz que provoca este mar en calma pintado en la pared. Tiene dos armarios de madera, de un color oscuro, pero no muy oscuro. "Es más bien claro"-pienso. Me pregunto estúpidamente que clase de secretos guardará en esos armarios gigantescos. La respuesta es obvia, pero yo prefiero imaginarme que hay un portal que va hacia otro mundo. Un mundo en el que solo estemos los dos. Nuestro planeta particular. Ni más, ni menos.
Al dirigir mi mirada hacia la derecha, se observan dos grandes ventanas y a la izquierda de éstas una puerta que da hacia un balcón ya inutilizado por cosas de la infancia. El cielo está medio nublado y medio despejado, y los árboles que admiro a lo lejos se mueven al compás del viento que sopla cada vez con más fuerza.
Enfrente de las ventanas, hay una guitarra bicolor acompañada por un precioso amplificador negro, lo suficientemente grande para pesar y lo suficientemente pequeño para poder llevarlo a cualquier parte. Miro la sinuosidad que ofrece el mástil de madera que va llegando hasta las curvas del cuerpo de la guitarra. Ahí es donde anidan esos botoncitos que no sé para que sirven, donde anidan las cuerdas que van subiendo hasta el final del mástil.
A continuación, recorro con mi vista, el escritorio situado aún más a la derecha. Largo, grande e imponente. Me pregunto inocentemente si habrá sido así siempre o si habrán existido cambios hasta ese instante en el que yo me paro a pensar en ello. El escritorio está muy ordenado, destacan un par de figuras pintadas a mano, su ordenador y sus cajones secretos donde probablemente guarde sus sentimientos bajo llave. Me fijo en las estanterías que están encima. Llenas de libros y figuras que han sido olvidadas.
Al lado de la pantalla del ordenador hay un tablón donde cuelga algunas de sus cosas más emotivas, me sorprende la sensibilidad con la que están colocadas. Me sorprende el hecho de que sea tan sensible a pesar de no aparentar serlo.
Una vez hecho ese recorrido me toca mirar a mi izquierda. Ahí es donde se encuentra lo mejor, su cama. "Es donde hemos pasado los mejores ratos"- vuelvo a pensar, pero esta vez con una sonrisa tonta. Con una sonrisa caída y despreocupada. Esa clase de sonrisa que me saca continuamente él y sólo él.
La cama siempre está ordenada. Bien hecha. Pulcra y estirada. Hay ocasiones en las que me da pena invadirla con mi personalidad tan desordenada. Pero eso se me pasa cuando los dos acabamos jugando como dos pequeñajos.
Su habitación es un remanso de paz para mi alma. Me siento protegida. Es una sensación extraña la que se va a apoderando de mí cada vez que estoy ahí. Es como un santuario en el que se hacen realidad mis plegarias.
Y pienso, "¿Dónde encajo yo entre tanta pulcritud? ¿Dónde encaja el torbellino que supone mi personalidad con alguien tan sumamente tranquilo y pausado?. Y de repente, entra por la puerta. Me mira y sonríe. Se interrumpen mis pensamientos. Se acerca a mí y me da un beso en la cabeza. Es más alto que yo así que puede permitirse el lujo de no tener que agacharse. Vuelvo a sonreír al verle. Y mi corazón se expande entre esas cuatro paredes. Me siento libre. Le quiero.

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