Para ti, otra vez.

Perdona.
Perdona por haberme aferrado a la idea de que un “nosotros” tenía que ser sí o sí.Perdona por haber creído firmemente en la idea de que un “para siempre” podía ser nuestro apellido y perdona, sobre todo, por no haberlo podido cumplir.
Ayer vivía en un presente libre de pasado. Hoy vivo en un futuro muy distinto al que planeé.Un futuro en el que, de repente, no cabe tu nombre. Un futuro en el que muy lejos de coincidir con los sueños que tenía, me zarandea para que me ponga de nuevo en la posición de salida. Aquella en la que arrastrando lo que he aprendido, me permita reencontrarme con ella.
Con esa parte que perdí:
Yo.

La misma que, a fuerza de quererte tanto, fue olvidándose de las reglas del juego. Aquellas en las que dabas para recibir y apostabas para ganar. Las reglas en las que invertías todo lo que tenías porque, creías, el riesgo de perderlo todo no entraba dentro de las posibilidades. Aquellas en las que endeudarte y que embargaran una parte de lo que eras no tenía lugar entre las alternativas.
Lo aposté todo. 
Puse todo lo que tenía en tus manos. Puse en ellas mis sueños contigo, un futuro a tu lado y el compromiso más importante de todos: un lucharé hasta el final. Un final que, por suerte o por desgracia, ha llegado para deshacer las expectativas que ya no estábamos cumpliendo. Porque no, ya no llegábamos a la altura de lo que un día fuimos, ni a la altura de lo que los dos nos merecíamos que fuera.
Lo siento.
Siento sentir aún tu último abrazo. Siento soñarte sin querer, despertarme con la respiración entrecortada, que se me desgarre el alma y que cada uno de tus recuerdos me arañe el corazón. Porque sí, ya me llegas en color sepia, difuminado en nitidez y provocándome suspiros cargados de algo muy diferente a lo que alimentaba los primeros que escuchabas cerca de tu oído.

Pena.
La de que no haya podido ser. La de que nos mereciéramos algo mejor. La de que la felicidad no casara con nosotros y la de que todas nuestras virtudes no fueran suficientes para compensar lo que nos estaba pesando mucho más.
Lo que no éramos.
Y ahora, y comenzando a ser consciente de la suerte que he tenido de que aparecieras en mi vida, lloro cada recuerdo mientras me despido de ellos diciéndoles “me alegro de haberos vivido”. Porque sí, he tenido suerte. Suerte de haberlos coleccionado a tu lado. Suerte de haberlos sentido e, incluso, suerte de que a día de hoy puedan formar parte de mi memoria.

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