A veces, cuando la noche me aprisiona
suelo sentarme frente a una cabina
telefónica
y contemplo las bocas que hablan 
para lejanos oidos.
Y cuando el hielo de la soledad
me ha desvenado, los barrenderos moros
canturrean tristemente
y las estrellas ocupan su lugar,
yo acaricio el teléfono
y le susurro sin usar monedas.

F. F. Casanova

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