El amor era tal, que hacía tiempo que se había abandonado al fracaso de ser quien un día había sido. El tiempo no perdona -pensó mientras miraba por la ventana-. Lo que antes había supuesto una alegría por pasar las fechas con quien más amaba se había transformado en una dolorosa realidad colmada de desconfianza. Sus promesas eran vagas e inefables, no había forma de que se creyese su propia mentira. Le dolía saber que ella no sería la misma y que él quizás no hoy, pero si mañana, o pasado, la iba a dejar. Todos lo hacían. La dejaban a suerte mientras ella se esforzaba para la gente a quienes llamaba amigos, la quisieran como ella les quería, y aún así, todos la abanonaban. Tomaban lo que querían de ella y le volvían la espalda y era en ese momento cuando se sentía más vulnerable, más propensa al fracaso que suponía ser ella misma.
Nadie le aseguraba que iban a estar juntos mucho más tiempo, y cuanto más se esforzaba por aferrarse al tiempo, más se daba cuenta de que él, se iba desvaneciendo.
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